sábado, 7 de agosto de 2010

Manuel Mejía Vallejo


Manuel Mejía Vallejo.


Escritor y periodista colombiano nacido en Jericó, Antioquia. Estudió en la Universidad Pontificia Bolivariana y en el Instituto de Bellas Artes de Medellín. Colaborador del periódico El Sol y creador del grupo La Tertulia con Gonzalo Restrepo Jaramillo y Jaime Sanín, se exilió durante 9 años (1948-1957) en Venezuela, Guatemala, Honduras y El Salvador, donde ejerció como periodista. Publicó las novelas, La tierra éramos nosotros (1945), Al pie de la ciudad (1958), El día señalado (1964, premio Nadal), Aire de tango (1973), Las muertes ajenas (1979, mención especial del Premio Casa de las Américas), Tarde de verano (1981), Y el mundo sigue andando (1984), La sombra de tu paso (1987), La casa de las dos palmas (1988, premio Rómulo Gallegos) y Los abuelos de cara blanca (1991); de los cuentos, Tiempo de sequía (1957), Cielo cerrado (1963), Cuentos de zona tórrida (1967), Las noches de la vigilia (1975), Otras historias de Balandú (1990), Sombras contra el muro (1993) y La venganza y otros relatos (1995); y de los libros de poesía, Prácticas para el olvido (1977), El viento lo dijo (1981), Memoria del olvido (1990) y Soledumbres (1990). Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Colombia, su obra ha contribuido de una manera decisiva a acrecentar el patrimonio literario, tanto de Antioquia, como de Colombia y de Latinoamérica, con sus valiosos aportes como novelista, cuentista, poeta, crítico, ensayista, prologuista, editor, profesor, periodista, conferencista y promotor de certámenes literarios. Murió en El Retiro en 1998.

Fragmento

El viento lo dijo:

Que vivir es ir muriendo
nos lo repite la vida:
está escrita la partida
desde que íbamos naciendo.
Hace mucho lo comprendo
—por bien o mal de mi suerte—
que la vida se nos vierte
en enseñanzas agudas,
pero preguntan mis dudas
qué nos enseña la muerte.

La muerte me está llamando
con sus precisas señales,
al cabo somos iguales
en ir muriendo y andando.
Sin embargo no me ablando
ni pido tregua al destino.
Siempre volverá quien vino
a su punto de partida,
pues nunca pasa la vida
de un desandar el camino

Llovían cielos nublados
por las selvas del Chocó;
llovía tanto, que yo
tuve los ojos mojados.
En esos tiempos llorados
nunca de llanto se hablaba
aunque la pena sobraba
con tan húmedo rigor,
que no sabía el amor
si llovía o si lloraba.


Cibergrafías:

http://www.ciudadviva.gov.co/julio08/magazine/5/index.php

http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2027


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